Ejemplos 43 y 48 del LIBRO DEL CONDE LUCANOR

Ejemplo 43 - De lo que aconteció al Bien y al Mal y al cuerdo con el loco.


Hablaba un día el conde Lucanor con Patronio, su consejero, de esta manera:

- Patronio, tengo dos vecinos: uno de ellos es hombre a quien aprecio mucho y tengo muy buenas razones para hacerlo, pero sin saber por qué, comete a veces faltas que me desagradan y me hace agravios que me enojan; el otro no es hombre a quien deba muchos favores, ni hay entre nosotros gran razón para que le estime y, a veces también, hace cosas que no me agradan nada. Como sois hombre de buen juicio quiero que me aconsejéis cómo debo comportarme con cada uno de estos hombres.

- Señor conde Lucanor - dijo Patronio -, lo que me decís no es una cosa sino dos, y al revés la una de la otra. Para que podáis obrar como en ello os cumple, me placería que supierais dos cosas: lo que aconteció al Bien y al Mal, y lo sucedido a un hombre cuerdo con un loco.

El conde le preguntó cómo estuviera el caso.

- Señor conde - dijo Patronio -, voy a ir por partes: primero, lo del Bien y el Mal y, después, lo del cuerdo y el loco.

 

El Bien y el mal, señor conde, convinieron en vivir juntos. Pero el Mal que es exigente, metido siempre en enredos y que no vive sin hacer algo malo dijo al Bien que sería muy razonable que tuvieran algún ganado con que pudiesen mantenerse. Esto plugo al Bien y convinieron en comprar unas ovejas.

Una vez que las ovejas hubieron parido, dijo el Mal al Bien que escogiera el producto que más le agradara de aquellas ovejas. El Bien, como es bueno y mesurado, no quiso escoger y dijo al Mal que lo hiciera él primero. Y el Mal, como es desmesurado y malo, quedó complacido del ofrecimiento que el Bien le hacía y le dijo que tomara para sí los corderuelos, según iban naciendo, y que él tomaría la leche y la lana de las ovejas. El Bien aceptó, al parecer con agrado, tal distribución.

Propuso después el Mal que tuvieran puercos; agradó esto al Bien. Una vez que hubieron parido las puercas, dijo el Mal que, puesto que el Bien había tomado para sí los hijos de las ovejas, él tomaría ahora los puerquitos y que el Bien se quedara con la leche y la lana de las puercas. El Bien tomó la parte que el Mal quiso.

Dijo después el Mal que debían plantar algunas hortalizas, y sembraron nabos. Nacieron éstos y entonces dijo el Mal al Bien que, como no se veía lo que había bajo tierra, quería que el Bien tomara lo que se veía y propuso a éste que se quedara con las hojas que, por estar sobre la tierra, se veían y sabía lo que escogía para sí y que él se quedaría con lo que no se veía por estar bajo la tierra; el Bien tomó las hojas como el Mal quería.

Sembraron después coles; nacidas éstas, dijo el Mal que ya que el Bien se había quedado con lo que se veía de los nabos, se quedara ahora con lo que no se veía de las coles, o sea lo que estaba bajo tierra; el Bien no protestó y tomó la parte de las coles que el Mal le adjudicara.

el Mal propuso después al Bien que debían tener una mujer que los sirviese. Agradó al Bien la propuesta y tuvieron una mujer. Entonces el Mal dijo al Bien que la parte que le correspondía de la mujer era de la cintura para arriba y que él se quedaría con la otra parte de la cintura para abajo. El Bien tomó su parte a la cual correspondían los quehaceres de la casa, y el Mal, la suya cuyo menester era dormir con el marido.

La mujer quedó encinta y tuvo un hijo. Cuando la madre quiso dar el pecho al hijo, el Bien se opuso, pues la leche le correspondía a él. Llegó a casa el Mal muy contento, porque tenía un hijo, y encontró al niño llorando. Preguntó a la madre por qué lloraba el niño, contestándole ésta porque no mamaba. Díjole entonces el Mal que le diese de mamar y la mujer le contestó que el Bien se oponía, porque la leche le pertenecía.

Cuando el Mal oyó esto, fue al Bien, diciéndole entre risas y burlas que dejara dar de mamar a su hijo. El Bien le contestó que la leche era suya y que no permitiría tal cosa. El Mal se empeñó más y más en que el Bien permitiera que su hijo mamara, y el Bien hubo de decirle entonces:

- Amigo, no penséis que yo no conocía las características de las partes que vos escogisteis y de las que me disteis a mí; pero nunca os pedí nada de lo vuestro y pasé muchas calamidades con las que me asignasteis, sin que os dolierais de mí; pues bien, si Dios os pone ahora en una situación en que me necesitáis, no extrañéis que yo no acceda a lo que me pedís, acordaos de lo que me hicisteis y sufrid esto por lo que yo sufrí antes.

El Mal comprendió que el Bien decía verdad y que su hijo moriría de hambre, y entonces, muy apenado, empezó a suplicar al Bien que, por amor de Dios, tuviera piedad, de aquella criatura y que ya no pensara en las maldades que le había hecho, porque de allí en adelante no haría otra cosa sino lo que él ordenara.

Cuando el Bien esto oyó, agradeció a Dios que hubiera puesto al Mal en situación de la que no podría salir sino por su bondad. Consideró que esto sería motivo de enmienda y dijo al Mal que si quería que la mujer diese de mamar a su hijo, que tomara el niño a cuestas y anduviese por la villa pregonando de manera de que todos lo oyesen:

- "Amigos, sabed que haciendo cosas buenas vence el Bien al Mal."

Una vez que hubiera hecho esto, permitiría que se diese de mamar al niño. Agradó esto al Mal y pensó que había comprado barata la vida de su hijo, y, en cambio, el Bien pensó que la enmienda del mal valía mucho más. Hízose, pues, así y todos supieron que el Bien vence siempre haciendo bien.

 

Pero lo que pasó con el hombre bueno y con el loco fue diferente y aconteció así:

Un hombre bueno tenía un baño público; vivía en el pueblo un loco que iba al baño, cuando más gente había en él, empezaba a dar golpes a todo el mundo con las cubetas, con piedras, palos y cuanto hallaba a la mano, hasta que consiguió ahuyentar a la gente. Y aquel buen hombre perdió las ganancias que del baño obtenía.

Pero viendo los perjuicios que el loco le causaba, madrugó un día y metióse en el baño antes de que el loco llegara. Desnudóse y tomó un balde de agua caliente y una gran estaca. Cuando el loco, que sólo iba al baño a causar molestias a los bañistas, llegó, el hombre bueno que le estaba esperando desnudo, enderezó hacia él, bravo y sañudo, y le arrojó el caldero de agua hirviendo a la cabeza y, metiendo mano a la estaca diole tantos y tan fuertes golpes en todo el cuerpo, que el loco pensó ser muerto, creyendo que el hombre que así le trataba estaba loco. Salió del baño dando voces y topó con otro hombre que le preguntó por qué salía del baño gritando de aquella manera y quejándose tanto, a lo que el loco contestó:

- "Amigo, guardaos y sabed que hay otro loco en el baño."

 

Y vos, señor conde Lucanor, obrad con vuestros vecinos de esta manera: con el que estéis obligado y os creáis de él amigo, hacedle buenas obras y, aunque alguna vez os enoje, dadle posada en vuestra casa y socorredle siempre que hubiere menester; pero dándole a entender que lo hacéis porque le estáis obligado y porque le apreciáis, no porque nadie os lo imponga; con quien no tuviereis tales obligaciones, no le aguantéis nada, y dadle a entender que si algo hiciere por vos es cosa suya y no vuestra, pues los malos amigos sólo os quieren interesadamente o por miedo, no de buena voluntad.

El conde tuvo éste por buen consejo, obró así y se sintió feliz.

Y como don Juan tuvo éstos por buenos ejemplos, hízolos escribir en este libro y compuso los siguientes versos:

Siempre el Bien vence con bien al Mal.

Sufrir al hombre malo poco vale.


 

Ejemplo 48 - De lo que aconteció a uno que probaba a sus amigos

Dijo un día el conde Lucanor a Patronio, su consejero:

- Patronio, creo que tengo muchos amigos que harían por mí cualquier cosa a costa de sus haciendas y aun de sus vidas y que por nada del mundo se separarían de mí, según ellos dicen. Como sé que sois hombre de recto juicio, ruégoos me digáis cómo podré saber que dicen verdad.

- Señor conde Lucanor - contestó Patronio -, nada hay en el mundo como un buen amigo, pero tened en cuenta que, en los tiempos difíciles, encuentra uno menos de los que piensa, y también que, en los momentos en que se necesitan, es cosa difícil saber cuál de ellos sería bueno. Para que podáis cercioraros de quién es amigo fiel y verdadero, en las graves ocasiones, me agradaría que supierais lo que aconteció a un hombre con un hijo suyo, el cual decía que tenía muchos amigos.

Me agradaría que me contarais, dijo el conde.

- Señor conde Lucanor - dijo Patronio, había un hombre bueno que tenía un hijo a quien aconsejaba constantemente que se esforzara por tener muchos y buenos amigos. El hijo procuró seguir el consejo de su padre y empezó a acompañarse de jóvenes con los cuales era dadivoso con tal de hacerlos amigos. todos le decían que lo eran en verdad y que harían por él cuanto necesitara y que por él darían su vida y sus haciendas, si fuera menester.

Un día le preguntó su padre si había hecho lo que le había mandado, y si tenía ya muchos amigos. Le contestó el hijo que tenía muchos, pero entre todos, había unos diez de los cuales estaba seguro que no le fallarían ni por miedo a la muerte, ni por nada de cuanto pudiera acontecerle.

Contestóle su padre que se maravillaba mucho de que en tan poco tiempo hubiera hecho tantos y tan buenos amigos, cuando él, que era ya viejo, nunca había podido tener más de amigo y medio.

Repuso el hijo que era verdad todo lo que hacía, porfiando obstinadamente con su padre, el cual le recomendó que los probara y que podía hacerlo de la siguiente manera:

Que matase un puerco y que lo metiera en un saco y que se fuera de casa en casa de cada uno de sus amigos, diciéndoles que lo que llevaba a cuestas era el cuerpo de un hombre que acababa de matar, y que estaba cierto, si aquello se supiese, que no escaparían de la muerte ni él, ni los que conocieran el hecho; y que les rogara, pues eran sus amigos, que le escondiesen el cadáver que llevaba a cuestas y que le ayudaran a defenderse, si fuere menester.

Así lo hizo el hijo, siguiendo las órdenes de su padre. Llamó a todas las puertas, contándoles a todos la desgracia que le había acontecido y pidiéndoles su ayuda. Todos le contestaron lo mismo que en cualquier otra cosa le ayudarían mas no en esto, pues se exponían a perder sus haciendas y aun sus vidas y que, por Dios, no contase a nadie que había ido a sus casas. Algunos le dijeron que intercederían por él; otros, que cuando le llevasen a la horca, no le abandonarían, hasta que la justicia se hubiera cumplido, y que le harían un honroso entierro.

Volvió a su padre el mancebo, después de probar a sus amigos, contándole lo que había sucedido. Su padre le dijo entonces que más saben los que mucho han visto que los que nunca tuvieron experiencia de las cosas; ordenóle, entonces que fuese a probar el amigo y medio que él tenía.

 

Salió el joven a probar primero al medio amigo. Llegó a su casa de noche, llevando a cuestas el puerco muerto; llamó a la puerta y le contó la desgracia, diciéndole cómo le habían fallado todos sus amigos; le suplicó, por la amistad que tenía con su padre, que le ayudara en aquella cuita.

Contestóle el medio amigo de su padre que con él no tenía amistad ni obligación alguna, pero que iba a ayudarle, sólo por la amistad que mediaba entre él y su padre. Y tomando a cuestas el saco con el puerco, que él creía ser hombre, lo llevó a un huerto suyo y lo enterró en un surco de coles, volviendo a plantar éstas como antes estaban; y despachó al muchacho, deseándole buena suerte.

Volvió el hijo a su padre, contándole todo lo que con su medio amigo le había pasado. El padre le ordenó que, al día siguiente, cuando estuvieran reunidos, por cualquier motivo empezase a discutir con él y le diera la más fuerte bofetada que pudiese.

El joven así lo hizo y cuando le dio la bofetada a aquel buen hombre, éste le dijo:

- A buena fe, hijo, has obrado mal; pero ni por éste, ni por otro mayor agravio, arrancaré las coles del huerto.

Cuando el mancebo contó a su padre lo acaecido con su medio amigo, le dijo éste que fuera a probar a su amigo completo. Así lo hizo su hijo. Fue a su casa y después de contarle todo lo que había pasado, le dijo éste que él le guardaría de muerte y de cualquier daño que quisieran hacerle.

Acaeció entonces, por casualidad, que en la misma villa mataron a un hombre y no podían dar con el asesino; y como algunos habían visto al joven andar con el saco a cuestas de noche y muchas veces, le acusaron de ser él quien había dado muerte a aquel hombre.

Para no alargaros el cuento, os diré que el mancebo fue juzgado y condenado a muerte. El amigo de su padre hizo cuanto pudo por librarle de la horca, pero cuando vio que no podía conseguir nada, dijo a los jueces que no quería cargar su conciencia, pues aquel joven no había matado a tal hombre, que el culpable del asesinato había sido su único hijo y que el mismo lo confesaría. Efectivamente, confesó y fue condenado a muerte, escapando de ella el hijo de su amigo.

 

Y ahora, señor conde, ya os he contado cómo se prueba a los amigos. Creo que este ejemplo es bueno para conocer a los verdaderos, cómo se les debe probar antes de confiar en ellos y saber cuánto se obliga uno por ellos, si los necesitare; porque algunos, o muchos, tal vez los más son amigos en los tiempos felices, y, según corran éstos, así corre su amistad. También tiene una interpretación este cuento y sería ésta:

Todos creemos que tenemos amigos y queremos saber lo que harán cuando muramos. Si preguntáramos a los seglares, nos dirían que están muy ocupados; los religiosos que rogarán a Dios por nosotros; la mujer y los hijos que nos acompañarán hasta la sepultura y nos harán honroso entierro. Y no hallando en ellos algún medio para escapar de la muerte, lo mismo que el hijo tornó a su padre, volvemos a Dios que es nuestro padre y Él nos dirá que probemos a los santos que son nuestros amigos a medias y lo hacemos. Y es tan grande su bondad especialmente la de Santa María que no dejan de rogar a Dios por los pecadores. La Virgen María dice a su hijo que fue su madre que trabajó para tenerle y criarle y los santos le dicen los trabajos y penas, los tormentos y miserias que recibieron y pasaron por él; y todo lo que hacen para disculpar siempre los yerros de los pecadores. Y aunque hayan recibido ofensas de éstos, las callan, como calló el medio amigo la bofetada que le dio el hijo de su amigo. Y cuando el pecador comprende que no podrá escapar de la muerte espiritual, o sea la muerte del alma, tórnase a Dios como tornó el hijo al padre, cuando no halló quien le pudiera librar de la muerte. Y nuestro Señor Dios, como padre y amigo verdadero, acordándose del amor que tiene al hombre, que es su criatura, hizo lo que el buen amigo, enviar a su hijo Jesucristo a morir sin culpa, para pagar la pena que por sus pecados los hombres merecían, Y Jesucristo fue buen hijo, obediente a su padre, que siendo verdadero Dios y verdadero hombre quiso recibir y recibió muerte, redimiendo así a los pecadores con su sangre.

 

Y ahora, señor conde, ved quienes de estos amigos son mejores y más verdaderos y por quienes debe uno hacer más para ganarlos.

Agradaron al conde estas razones y se convenció de que eran buenas.

Y don Juan, por ser muy bueno el ejemplo, mandólo escribir en este libro e hizo estos versos:

Nunca el hombre podrá tan buen amigo hallar

como Dios que lo quiso con su sangre comprar.