Un diálogo para comentar


Está el sol que ahoga puercos, comentó Margaro en voz alta en mitad de un lugar llano donde pedaleaban con tranquilidad en un silencio sin viento.

¿Qué quieres decir con eso ahora?, preguntó Chiquitín, levemente irritado con aquel comentario que apenas comprendía.

Quiero decir exactamente lo que dije y que usted entendió, don Chiqui, no se haga el zuruma.

Te aseguro, Margaro, que no entiendo lo que quieres decir con eso. ¿O es que te tengo cara de campesino? ¿Cómo que ahogarse?, preguntó sin que Margaro pudiera verle la cara para saber si era genuina su ignorancia o malévolo su cinismo.

Quiere decir que si dejas un cochino bajo este sol se ahoga, se muere en un credo y dos patadas, dijo Margaro dándole el beneficio de la duda.

¿Pero no es en agua siempre que se ahogan las cosas?, recurrió Chiquitín a esta norma. Cómo es que se ahoga un puerco en tierra es mi pregunta.

Ahogarse, en este caso, quiere decir asfixiarse. ¿O prefiere que diga Está el sol que asfixia puercos? Bueno, pues delo por dicho y me ahorro las explicaciones, dijo Margaro ahora levemente irritado.  

No lo tomes a mal, amigo Margaro, que deberías haber ya comprendido lo difícil que se me hace a veces comprender las razones de tus desvaríos. Te insto a no perder la tabla tan fácilmente cuando te pida aclaraciones de algún refrán que no me tenga ningún sentido.

Es un dicho bastante común y corriente, déjeme informarle, dijo Margaro, que aquí no estoy yo inventando la rueda ni descubriendo el cero.

Será común y será corriente en el mundo tuyo de las gallinas y los lechones, porque en el mío ese dicho ni se menciona jamás. No sé si sabes que, aunque venida a menos, vengo de familia de alta alcurnia ponceña, que tú sabes que son clase aparte y no están con esas cafrerías. Es más, yo jamás escuché ni a mi padre, y mucho menos a mi madre, decir las palabras puerco, lechón, marrano, chancho, ni ninguna otra, al menos en mi presencia no lo hicieron. Como único se hacía referencia a dicho animal era con la palabra pernil, y sólo cuando se comía en Navidades. Escuché la palabra puerco en mi familia de boca de mi abuela una sola vez cuando le comentó al jardinero de la casa que sudaba más que un puerco. Eso es para que sepas de dónde es que vengo. Pero igual no sé qué tiene que ver, porque cualquier animal que se quede al sol también se asfixia. Tírate tú mismo ahí en la brea caliente un rato a ver si no te ahogas, espíritu de contradicción.

Gracias por lo de animal. ¡No en balde está usted en la luna en cuanto a la vida de la calle, en cuanto al conocimiento de la tierra y de sus bestias! Ya veo por el comentario de su abuela que tampoco sabe un divino de lo que es un puerco. En mi mundo de gallinas y lechones que usted dice, no saber que el puerco no suda es como no saber que el sol alumbra. Por eso es que un puerco, al sol, se muere al escape. ¡Nosotros no, cojones, que antes que de ahogo me muero de insolación! Nosotros sí sudamos, don Chiqui, y más usted, que parece una regadera. ¿Dónde dejó la clase de ciencias, don Chiqui? El sudor refresca la piel y evita que el calor nos asfixie. Los lechones no cuentan con ese sistema de enfriamiento. Por eso es que recurren a las miasmas y los fanguizales. No me diga que tampoco ha escuchado cuando se le pregunta a una persona que da muestras de tener prisa si fue que dejó los lechones al sol. ¡Tampoco! ¡Ah no, usted sí que no está en nada! ¿Me lo jura que no está haciendo el sueco?

Ni sueco ni noruego. La verdad monda y lironda es que estoy ajeno a todo ese saber granjil tuyo. Pero dime tú ahora, Margaro, ¿dónde es que tú ves que termina la asfixia y comienza la insolación? Porque es que tu forma de hablar me confunde y a veces no sé si me hablas en código o estás siendo literal.

Pues sepa que la asfixia le viene al puerco por no poder sudar, como le acabo de explicar. Se hierve en su propia agua al no poder salirle por ninguna parte. Debe ser eso: un hervidero interno. ¿Se acuerda, don Chiqui, de Basilio, el cantante, el que se moría por dentro? Quizá eso era lo que le pasaba, comentó Margaro para darle un sesgo burlón a la conversación.

No, no me acuerdo de ese Basilio que mientas, que seguro es un trovador de ésos, amigo de la Calandria o de algún otro, de los que se pasan el santo día dale que es tarde con el dichoso lolelolai tan irritante y esa música primitiva que tocan allá arriba en la montaña. De todos modos, me parecen muy interesantes tus teorías científicas de los lechones, no te lo niego, pero presiento que están bastante alejadas de la realidad, para serte franco. Eso de que los lechones no sudan lo pongo en duda; por algún lugar tienen que hacerlo, que no hay animal hermético sobre la faz de la tierra. Me sorprende tu credulidad, Margaro, que eres tan preguntón y tan malamañoso y descreído. ¿Qué has estado leyendo, Claridad, ese papelillo infame que lo que hace es depositar tinieblas sobre la razón y ensuciar las calles? ¿Qué canal has estado viendo en la televisión? ¿El Seis? ¿Esa porquería nacionalista que parece dirigido por el mismísimo Albizu Campos, que tanto dicen que vive? Entérate bien de los asuntos antes de soltar esas especulaciones tuyas como si fueran leyes naturales. Ponte a ver televisión americana, que a mí me está que un día de estos vas a pasar tremendo bochorno, y no voy a ser yo quien te saque de ese entuerto.

Conversando de esta ridícula manera y de otras más aún, les tomó el día entero cruzar la carretera vieja de Ponce a Peñuelas. [....]

Juan López Bauzá, Barataria (Libro 2) (2012) pp 474-477