Lo duro que es ser Humphrey Bogart
Sofía Irene Cardona
Hay varias historias sobre la cicatriz de Humphrey Bogart, como hay
varias fechas para su nacimiento, por obra y gracia de las manipulaciones de
los estudios de Hollywood. La cicatriz sobre su labio superior, entonces, podría haber sido
producto de un honroso incidente de guerra, una torpeza de soldado incauto o un
duro golpe del padre castigador. Épica, comedia o drama, la marca se disimula
en su rostro, pero no en su leyenda, como parte de su indumentaria heroica: traje,
sombrero, gesto, cigarrillo, misterioso pasado. Algo debían inventarse para un
hombre que vendría a encarnar uno de los más populares arquetipos de
masculinidad heteronormativa en el siglo xx.
El mayor encanto de Humphrey, al menos el que más continuidad
tiene en los personajes masculinos de imaginación, es precisamente el
carácter de hombre misterioso y duro, el cínico que, sorpresivamente, y en el
mejor momento de la historia, muestra su lado noble casi cruzando el límite de
lo masculino: el tipo que ilumina con su
inesperada ternura (¿casi femenina?) la última escena.
Su carácter era perfecto para el cine de entonces: un liberal que detestaba las pretensiones, el
falso glamour y la fanfarria del espectáculo; un rebelde elegante que, a pesar
de desafiar el comportamiento convencional y la autoridad, lucía nítidos
modales como todo un señorito. Algunos
llegarían sin embargo a tildarlo de flojo en época del macartismo, pues,
después de un primer gesto de solidaridad, reculó a la hora de la verdad y se
distanció de sus colegas comunistas para asegurar su lugar en Hollywood, como
tantos otros (¿cobardes? ¿cautelosos?). Para ser héroe en la vida
real se necesita algo más que el gesto y la indumentaria, algo más que un disfraz.
Como buen hombrecito, mantuvo siempre su fama de jaquetón,
aparentemente muy a su pesar; así
dice: I can't get in a mild discussion without turning it into an argument. There must be something in my tone of voice,
or this arrogant face - something that antagonizes everybody. Nobody likes me on sight. I suppose that's why I'm cast as the heavy. En la fabricación de su persona parece haber
mezclado historia, actuación e imitación de hombres terribles de su época, como
el famoso Baby Face Nelson, un bandido colérico que mataba a troche y moche
como los bigshotes de nuestras
calles, pero que paradójicamente (a juicio de sus biógrafos) era un devoto
padre de familia que cargaba con sus hijos y su mujer hasta cuando andaba
fugado por el quinto infierno. Este
personaje histórico fue el que le sirvió de modelo para los gángsters que lo
llevaron finalmente a moldear el equívoco carácter de hombre duro y
vulnerable que se convirtió en arquetipo del mismo Bogart. Así pues, Humphrey Bogart se
forjó como el arquetipo del varón atribulado, cínico, vulnerable, honrado y
encantador al que le sigue toda una caterva de héroes masculinos del cine
contemporáneo.
Lo irónico es que no vivió lo suficiente para ayudar a hacerse
hombre a su primogénito Stephen, su hijo mayor, quien lo recuerda muy
vagamente. A los cincuenta y siete años un cáncer acabó con él. La vida de un
alcohólico fumador suele ser corta. El
hijo escapó de la familia y del escrutinio que traía su apellido. What a
shadow to live in [!], le dice un entrevistador, y yo añado el signo de
exclamación, imaginando la escena. El hijo lo recuerda, de hecho, como una
sombra y exactamente como aparecía en las películas, con la misma indumentaria, los mismos
gestos del personaje de ficción. A los ocho años se confunden las
cosas. Sin embargo, está seguro de que
aquel que aparece en la pantalla es genuinamente él, así mismito. El propio Humphrey habría dado la clave de
este fenómeno al hablar de la necesidad de verdad en la actuación: Bogart siempre es Bogart.
Y me pregunto si Bogart es también el detective. El varón desencantado, que ya no puede ser
padre protector y apenas puede proveer, aunque haya tenido progenie. Le faltan dos pes al trío masculino
(progenitor, proveedor, protector), pero no carece de glamour su perfil en la penumbra: el sombrero ladeado, el
cigarrillo en los labios.
Ya mayor, después de pasar por los duros años de adolescencia y
juventud, el hijo, consciente de no haberlo conocido, decidió investigar
su biografía y averiguar quién había sido realmente su padre. Como tantas de esas búsquedas, después de
un largo viaje por documentos y testimonios, Stephen terminó por descubrir que
él mismo era más parecido a su progenitor de lo que sospechaba, como si siempre
hubiera estado allí. Y tal vez siempre
estuviera. Era casi como mirarse en el
espejo.
Al menos Stephen pudo reconstruir a retazos el carácter de
un padre soñado, hecho más de figuraciones e historias ajenas que de memorias
propias y verdaderas, y, como buen espectador de cine, decidió creer lo que
veía. Lo que nunca sospechó Stephen
Bogart fue que muchos otros espectadores también fueron hijos del feo pero
sublime Bogart, una raza de varones desencantados que desearían, sobre todo,
reivindicar su dureza en un último instante, con un acto sorpresivo de
nobleza. Por lo visto, parece decir el
fantasma del padre ausente, también es duro ser un hombre como dios manda,
hasta para el mismísimo Bogart.