Término
polisémico [“Persona o cosa notable por su fealdad, desaliño o mala traza; desatino, absurdo”, según el DRAE]
elegido por Valle-Inclán para designar una categoría estética, una forma
teatral y una visión de la vida humana y de la historia, representada desde una
óptica sistemáticamente deformadora de la realidad.
Se
ha relacionado dicha estética con corrientes de la vanguardia europea de las
dos primeras décadas del siglo xx, sobre todo con el expresionismo alemán, pero
también con el futurismo italiano - por sus parodias grotescas - y con el
dadaísmo, así como determinadas concepciones renovadoras del teatro contemporáneo: la de A. Jarry (teatro patafísico), A. Artaud (teatro de la crueldad), E. Ionesco y S. Beckett (teatro del absurdo) y
B. Brecht (teatro épico).
Con
respecto a estas concepciones renovadoras se ha subrayado la importancia de la
nueva estética de Valle en la evolución del teatro europeo del siglo xx, al
indicar que, en la ruptura necesaria con la dramaturgia de la “ilusión” del
realismo burgués, posiblemente haya sido el esperpento la forma teatral más
avanzada para poder expresar el sentido trágico y grotesco, a la vez, de la
realidad histórica de España y del mundo occidental en su conjunto.
Según
Ruiz Ramón, el esperpento “hubiera debido ser el eslabón entre el teatro de
Jarry y de Brecht, entre Jarry y Artaud, entre Jarry e Ionesco”.
En
Luces de bohemia no se niega el
espíritu de la tragedia, sino que se subraya el hecho de que en el contexto en
el que vive el protagonista lo trágico únicamente puede representase en forma
grotesca.
En
1921, recién publicada la primera versión de Los cuernos de don Friolera, Valle Inclán realiza una nueva
reflexión sobre el esperpento y dice en una entrevista que está haciendo algo
nuevo, “distinto a mis obras anteriores. Ahora escribo para muñecos”, refiriéndose a los esperpentos. Allí mismo, el personaje de Don
Estrafalario, cuando reniega del dogmatismo y crueldad del “retórico teatro
español” alude, en contrapartida, a la farsa de títeres del bululú. Hará también una matización sobre el
distanciamiento emocional que exige la nueva estética. Ya no se trata de una deformación del
héroe en los espejos cóncavos, sino de una doble degradación simultánea: la parodia del héroe clásico en los
títeres del bululú y en el romance de ciegos.
A
partir de allí, las reflexiones que realiza Valle se refieren a la distancia o
desproporción existente entre los personajes clásicos y los supuestos héroes
contemporáneos que carecen de dignidad al enfrentarse a los grandes
acontecimientos o situaciones, que les sobrepasan y por ello resultan
ridículos.
Lo
grotesco es una categoría fundamental con la que opera Valle en obras
esperpénticas, categoría que supone una “distorsión de la apariencia externa,
fusión de lo animal con lo humano, y mixtura de la realidad con el ensueño”,
según Zahareas, así como una reducción de la personalidad a máscara, y de
asimilación de los comportamientos humanos a los de un pelele o fantoche. Otro rasgo estructural común en estos
esperpentos es el del personaje colectivo, la configuración del espacio
(fundamentalmente urbano, diseñado en las acotaciones) y del tiempo (discurre
de forma discontinua, por el encadenamiento de cuadros autónomos), la
utilización de colores violentos: negros, rojos, amarillos y verdes.
En
cuanto al lenguaje, hay un tratamiento vulgarizador o aplebeyado. Utiliza diferentes recursos que en el
nivel morfológico se concretan en derivaciones irónicas (rubiales, frescales,
vivales), latinización burlesca de adjetivos (guasibilis, finolis), profusión
de aumentativos y diminutivos despectivos (espadón, venacona, clerigón,
vejete), creación de nombres propios degradadores (Doña Simplicia, Juanillo
Ventolera), abreviación de términos (la corres, don Lati), etc. En cuanto al léxico, abundan palabras y
expresiones recogidas del habla popular de los sainetes (apoquinar, sujeto),
madrileñismos (naturaca, panoli, beatas, guindilla), vocablos del caló (pirante,
parné, mangue), expresiones de argot (estar apré, rezumar el ingenio), etc.
Tomado
de Diccionario de términos literarios,
Demetrio Estébanez Calderón