Perra mentirosa (selección de poemas de Marta Sanz)

Si mi vida interior no existe,
adquiero el derecho a hablar de mí misma
porque, en cada masturbación,
cuando el dedo busca
o, contra la corteza del árbol, la loba descubre;
en cada círculo vicioso;
en cada voluta y en cada fleco de mi vida interior,
que no existe,
cada vez que enredo con mi dedo índice,
que no es acusador,
cada vez que chupo o muerdo
esos mechones de pelo de mi vida interior,
cada vez que se la cuento al enemigo,
estoy fuera de mí,
hablando de vosotros.
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No me importan la esencia o el perfume.
La esencia.
Sino esta carne que me obliga
a escribir feo, feo y feo,
feo de lo feo,
y a saber que con la fealdad
también se puede tejer
volutas metafóricas.
Flor de cerezo.
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En mi sueño político
friego
con un potente y destructor
producto antigrasa
el frente mugriento
de una cocina.

Sale el blanco
bajo el amarillo
y yo
comparto la casa
con un feroz,
pasado y criminal
presidente del gobierno.

Al final de la historia
(eres una perra, una perra y una perra),
la comadreja
me cae simpática
porque alaba
mucho
mi trabajo.
Mucho.
Mi trabajo.

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No quiero la palabra precisa.
Es pobre y es pequeña.
Quiero una palabra
llena de flecos.

Una lámpara con chupones morados.
Un excrecencia.
Gota que rezuma del canalón.
La estalactita rota.
El polvo de trabajar los brillantes.
Un hielo deshecho.
Y deshaciéndose.
La saliva que le escapa, por la comisura,
a la bella que duerme en el bosque.
La ganga del mineral.
El hilo que sobra detrás del cañamazo.

No quiero la palabra precisa,
sino una llena de flecos,
una lámpara y vuelta a empezar,
un laberinto,
la flor,
una palabra
que ni yo misma entienda
y sólo pueda poseer
cuando los otros,
los de buena voluntad,
me la traduzcan.
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Ilusionarse demasiado es
sentir las retinas que se contraen y se derriten,
crujen,
como papel de celofán,
ante el calor,
la luz,
la llama del mechero,
el yunque.

Coger tanto aire en los pulmones
que el aire, apretado,
se transforma en un líquido
que ahoga incluso
a los seres con branquias,
a los peces
y a los calamares abisales.

Caer de una altura de más de cien pisos.
Vértigo consumado. Ingrávido aplastamiento.
Un hilo de sangre
sobre la calzada.
Flor.

Luego,
si la ilusión se comprime,
como un beso que se queda dentro de la boca
y la boca se mira y se remira
pero nada supera la barrera pétrea de los dientes;
luego,
llegan las supersticiones, el mal fario,
el prever todas las desgracias
para no desmoronarse con ninguna.

Llegan
las profecías de autocumplimiento.
El fracaso seguro.
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Ay, amor,
si yo pudiera explicarte todo esto,
no te escribiría ningún poema,
no te contaría que sueño con gatos y mujeres,
no te diría ni una mentira más.

Ahogaríamos a la perra
en un barreño,
contrataríamos a un psicoanalista,
nos iríamos a vivir al campo,
levantaríamos un invernadero
y comeríamos frutas tropicales
recién traídas
de un gran hipermercado.

Ay, amor.
Entonces sí que nos dolería todo
y deberíamos ingerir
un montón de yogures
para curarnos
del extrañamiento.




Marta Sanz, Perra mentirosa.  Madrid:  Bartleby, 2010.